miércoles, 24 de abril de 2013

Deformación Profesional

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/0/0f/Squadra_30_60.jpg/220px-Squadra_30_60.jpgLigar como un arquitecto

 1) "Chica, eres tan guapa que si yo fuera un ladrillo y tú cemento, nos convertiría en rascacielos".

2) "Niña, eres más bonita que un edificio de Le Corbusier".

3) "Chavala, tienes unos cimientos y unas vigas que te daba por las tuberías".

4) "No es cierto, edificio mío, que en esta apartada parcela más pura la grua levanta peso y se dibuja mejor?"

5) "Me pones cartabón"


Ligar como un programador de videojuegos

1) "Eres más guapa que Peach"

2) "Si tú fueras una flor y yo un fontanero con bigote, me gustaría que nos convirtiéramos en un fontanero con bigote que pudiera lanzar bolas de fuego"

3) "Me gustaría localizarte con un UAV y penetrarte con la SCAR-H"

4) "Ey nena, =IF(value(6)=ln(2),SQRT(-1),finiteLOOP(77^2)), ¿te vienes a mi casa?"

5) "Socializar es un arte y a mí, me llaman artista"




Ligar como un abogado

1) "Me gustas tanto que no haría separación de bienes."

2) "¿Tengo que tramitarlo por duplicado, o quieres iniciar una relación sentimental informal?"

3) "Tienes una constitución que te voy a declarar derecho fundamental de mi pene."

4) "Te voy a condenar en costas. Toda la noche."

5) "Niña, ¿crees en el litigio a primera vista, o tengo que volver a tropezarme en un área de tu propiedad?"

lunes, 22 de abril de 2013

Pesadilla en el Parque

Carta abierta al Presidente del Parque de Atracciones de Madrid;

Estimado señor; le escribo con la intención de traer a la luz un suceso producido recientemente en su Parque. Era un caluroso día de verano, y me preparaba para pasar un día agradable junto a mis amigos, pero nada podía prepararme para lo que iba a suceder. Es importante establecer a esta altura de la historia que poseo una memoria enormemente precisa, lo que significa que tendré que vivir el resto de mi vida con los eventos grabados a fuego en mi córtex prefrontal.

Como decía, era un buen día, que osciló entre los 29 y 34 grados. Tal era así, que decidí lanzar la precaución al viento y dejar el jersey en casa. Qué rábanos, un día es un día, etc.

Tras montar en varias atracciones de baja intensidad, decidimos escalar progresivamente el nivel de excitación y montarnos en otras que nos pusieran bajo mayor riesgo físico. No era consciente en ese momento lo equivocada de esa decisión.

Decidimos montarnos en una nueva atracción, el Star Flyer. Puedo decirle, dado mi altísimo nivel en Inglés Nivel Medio, que el nombre se traduce a algo así como “Volador de las Estrellas,” aunque en realidad la atracción consiste en rotar a 80 metros de altura alrededor de un eje central, alcanzando una velocidad máxima de 45km/h. Muy lejos de las alturas estratosféricas.

Recuerdo sentir - en mi profunda, extensa y ordenada memoria - una sensación de preocupación, al fin y al cabo el ser humano no ha sido creado para semejantes sensaciones. No obstante, tomé asiento y bajé la seguridad, una barra transversal que se fijaba a la altura de mi cintura. Poco después los asientos comenzaron a alzar el vuelo, y ahí fue cuando noté que algo iba mal.

Ignorando todo pensamiento racional, creí notar una vibración que ningún ingeniero encargado de diseñar la atracción había sido capaz de prever, e hice saber mi preocupación en una serie de gemidos y aullidos. Unido a un extraño movimiento pendular que no me gustaba un pelo, esta experiencia se estaba convirtiendo rápidamente en una historia de terror, provocando en mi sistema digestivo un rápido movimiento en dirección Mi Ano.

Por si no fuera poco, cuando estábamos realizando el descenso uno de mis amigos se dió cuenta de otro terrible error; había un segundo sistema de seguridad en la silla, un cinturón de seguridad que ahora colgaba, solitario e impotente, a mi lado.

Mientras veía mi vida pasar por delante de mis ojos con perfecta precisión, me acordé del técnico del Parque cuya responsabilidad era comprobar los sistemas de seguridad. ¡Su irresponsabilidad había puesto mi vida en un leve y ligeramente superior peligro! En ese momento me habría gustado dirigir un gesto obsceno en su dirección, pero desafortunadamente mis manos estaban ocupadas aferrándose a la puta barrita de seguridad.

Por suerte, unos segundos más tarde, la atracción tocó suelo, y pude bajarme intacto de aquella silla del infierno, jurándome a mí mismo el nunca someter a mi cuerpo a una actividad tan peligrosa.

Desde entonces, y por culpa de mi concienzuda memoria, sufro de una terrible fobia que me impide dejar objetos transversalmente sobre mi regazo. La barra de seguridad del Star Flyer me hace imposible, aún hoy, apoyarme una regla en la rodilla, o un plátano especialmente recto.

Fracasos

Repasando mi memoria, he topado con un irrelevante recuerdo que bien podría servirme para estrenar este blog.
 
Hará más o menos 8 o 9 años, Fernando, Bernardo y yo decidimos pasar una noche de agosto en Tarifa. Mi adolescencia tocaba a su fin y me hacía ilusión independizarme por un día para gozar de la dulce sensación de poder hacer lo que me diera la real gana.

Por aquel entonces acababa de graduarme y de superar la Selectividad. Ya me consideraba estudiante universitario y me sentía muy maduro a pesar de mi aspecto prácticamente imberbe. Probablemente fue este baile de sensaciones el que me llevó a desear y a experimentar, aunque de manera breve, la independencia. No obstante, la independencia psicológica que me iba a proporcionar esta pequeña excursión a Tarifa, nada tenía que ver con la independencia auténtica o real, que era bien distinta… o más bien nula.
 
Tras bajarme del coche de mis padres y habiendo previamente llenado mis bolsillos de monedas y billetes procedentes del bolso de mi madre, me reuní con mis dos amigos que en ese momento informaban a sus respectivas familias, vía SMS, de su llegada. Una vez dentro y ya acomodados en nuestra habitación decidimos empezar a trazar nuestro plan de acción.

Ante nosotros teníamos 24h en las que íbamos a comernos el mundo. Íbamos a tomar el sol durante el día y a “pillar” durante la noche.

Una vez instalados en la habitación y calzadas mis modernas, flamantes y amarillas “Havaianas” pasamos un día de playa que transcurrió sin sobresaltos. El sol no dejó de brillar en todo el día y la intermitente brisa costeña hizo llevadero el calor espeso que llegó a hacer por momentos. A eso de las siete de la tarde, el sol comenzó a abandonarnos y su pérdida de intensidad provocó el abandono de muchos bañistas, de la misma forma en que los jóvenes abandonamos una discoteca cuando nos encienden las luces. Tras aprovechar los momentos de calma que siguieron a la huida de tantas personas para darnos un último baño, decidimos emprender nuestro camino de vuelta a la habitación. Ya en ella, delineamos el optimista plan de acción gracias al cual a buen seguro habían de hacerse realidad nuestros sueños y fantasías.

Una vez duchados y minuciosamente acicalados, nos disponíamos a abandonar la habitación rumbo al centro de la ciudad, cuando un aterrador y femenino grito procedente de la habitación de al lado, agitó un poco la calma que hasta entonces había reinado en nuestra experiencia tarifeña. En ese momento, nos apresuramos a abrir la puerta de nuestra habitación. Al otro lado del pasillo estaban ellas. Ante nosotros se encontraban 3 inglesas gritando desconsoladamente por la cruel imagen que para ellas resultaba el ver a dos cucarachas haciendo alpinismo para alcanzar la cima de una de las chanclas que yacían en el arenoso suelo de su habitación.

Fer, que fue el más rápido de los tres, no tuvo reparos en luchar por el diploma que él pensaba que ellas acabarían entregándole al héroe de la noche. Sin mediar saludo alguno, invadió su habitación para, con dos certeros pisotones, acabar con la vida de esas dos torpes criaturas. Tras limpiar los restos de la matanza, comenzamos a hablar con ellas. Una de ellas nos ofreció una copa, así que nos sentamos en su habitación un rato y nos contaron que se dedicaban a la fotografía. Habían ido a Tarifa ese fin de semana a tomar fotos del campeonato de kitesurf que se iba a celebrar a la mañana siguiente. Tras intercambiar una breve conversación y algunas sonrisas, nos invitaron a unirnos a ellas para salir esa noche. Nos dimos 5 minutos para terminar de prepararnos y nos citamos con ellas en la entrada del hostal.

Como nosotros ya estábamos listos para salir, dedicamos esos 5 minutos a celebrar, estilo futbolista, el haber conocido a esas 3 simpáticas inglesas. Yo me arrodillé ante Fer haciendo que posara el pie con el que había matado a las dos cucarachas sobre una de mis rodillas mientras que, con las manos, hacía como si le sacara brillo a su bota, artífice de tan meritoria hazaña. Por otro lado, Fer se señalaba la espalda con los dedos pulgares atribuyéndose todo el mérito de la gesta y Berny mientras, se metía dos condones en el bolsillo.

Transcurridos esos 5 minutos, nos dispusimos a bajar a la entrada del hostal. Sin embargo, una vez abajo, nos encontramos el hall vacío. Berny nos aseguró que las había escuchado salir pero preferimos volver a subir a la habitación y comprobar si seguían en su interior. Allí no había nadie. ¿Se habrían escapado sin decirnos nada para librarse de nosotros? Esa es al menos la pregunta que nos hicimos en su momento. La duda fue disipándose con el tiempo y, a día de hoy, tenemos la certeza de que así fue.

Finalmente acabamos abandonando el hostal los tres solos. Tras recorrer algunas de las calles del centro de Tarifa, encontramos un bar de copas con una sucia mesa de billar en su interior. Después de recordar entre risas fingidas el incidente con las inglesas y de saborear el cruel y agrio sinsabor de semejante desplante femenino, continuamos, resignados y en soledad, bebiéndonos las horas de independencia que nos restaban.