lunes, 22 de abril de 2013

Fracasos

Repasando mi memoria, he topado con un irrelevante recuerdo que bien podría servirme para estrenar este blog.
 
Hará más o menos 8 o 9 años, Fernando, Bernardo y yo decidimos pasar una noche de agosto en Tarifa. Mi adolescencia tocaba a su fin y me hacía ilusión independizarme por un día para gozar de la dulce sensación de poder hacer lo que me diera la real gana.

Por aquel entonces acababa de graduarme y de superar la Selectividad. Ya me consideraba estudiante universitario y me sentía muy maduro a pesar de mi aspecto prácticamente imberbe. Probablemente fue este baile de sensaciones el que me llevó a desear y a experimentar, aunque de manera breve, la independencia. No obstante, la independencia psicológica que me iba a proporcionar esta pequeña excursión a Tarifa, nada tenía que ver con la independencia auténtica o real, que era bien distinta… o más bien nula.
 
Tras bajarme del coche de mis padres y habiendo previamente llenado mis bolsillos de monedas y billetes procedentes del bolso de mi madre, me reuní con mis dos amigos que en ese momento informaban a sus respectivas familias, vía SMS, de su llegada. Una vez dentro y ya acomodados en nuestra habitación decidimos empezar a trazar nuestro plan de acción.

Ante nosotros teníamos 24h en las que íbamos a comernos el mundo. Íbamos a tomar el sol durante el día y a “pillar” durante la noche.

Una vez instalados en la habitación y calzadas mis modernas, flamantes y amarillas “Havaianas” pasamos un día de playa que transcurrió sin sobresaltos. El sol no dejó de brillar en todo el día y la intermitente brisa costeña hizo llevadero el calor espeso que llegó a hacer por momentos. A eso de las siete de la tarde, el sol comenzó a abandonarnos y su pérdida de intensidad provocó el abandono de muchos bañistas, de la misma forma en que los jóvenes abandonamos una discoteca cuando nos encienden las luces. Tras aprovechar los momentos de calma que siguieron a la huida de tantas personas para darnos un último baño, decidimos emprender nuestro camino de vuelta a la habitación. Ya en ella, delineamos el optimista plan de acción gracias al cual a buen seguro habían de hacerse realidad nuestros sueños y fantasías.

Una vez duchados y minuciosamente acicalados, nos disponíamos a abandonar la habitación rumbo al centro de la ciudad, cuando un aterrador y femenino grito procedente de la habitación de al lado, agitó un poco la calma que hasta entonces había reinado en nuestra experiencia tarifeña. En ese momento, nos apresuramos a abrir la puerta de nuestra habitación. Al otro lado del pasillo estaban ellas. Ante nosotros se encontraban 3 inglesas gritando desconsoladamente por la cruel imagen que para ellas resultaba el ver a dos cucarachas haciendo alpinismo para alcanzar la cima de una de las chanclas que yacían en el arenoso suelo de su habitación.

Fer, que fue el más rápido de los tres, no tuvo reparos en luchar por el diploma que él pensaba que ellas acabarían entregándole al héroe de la noche. Sin mediar saludo alguno, invadió su habitación para, con dos certeros pisotones, acabar con la vida de esas dos torpes criaturas. Tras limpiar los restos de la matanza, comenzamos a hablar con ellas. Una de ellas nos ofreció una copa, así que nos sentamos en su habitación un rato y nos contaron que se dedicaban a la fotografía. Habían ido a Tarifa ese fin de semana a tomar fotos del campeonato de kitesurf que se iba a celebrar a la mañana siguiente. Tras intercambiar una breve conversación y algunas sonrisas, nos invitaron a unirnos a ellas para salir esa noche. Nos dimos 5 minutos para terminar de prepararnos y nos citamos con ellas en la entrada del hostal.

Como nosotros ya estábamos listos para salir, dedicamos esos 5 minutos a celebrar, estilo futbolista, el haber conocido a esas 3 simpáticas inglesas. Yo me arrodillé ante Fer haciendo que posara el pie con el que había matado a las dos cucarachas sobre una de mis rodillas mientras que, con las manos, hacía como si le sacara brillo a su bota, artífice de tan meritoria hazaña. Por otro lado, Fer se señalaba la espalda con los dedos pulgares atribuyéndose todo el mérito de la gesta y Berny mientras, se metía dos condones en el bolsillo.

Transcurridos esos 5 minutos, nos dispusimos a bajar a la entrada del hostal. Sin embargo, una vez abajo, nos encontramos el hall vacío. Berny nos aseguró que las había escuchado salir pero preferimos volver a subir a la habitación y comprobar si seguían en su interior. Allí no había nadie. ¿Se habrían escapado sin decirnos nada para librarse de nosotros? Esa es al menos la pregunta que nos hicimos en su momento. La duda fue disipándose con el tiempo y, a día de hoy, tenemos la certeza de que así fue.

Finalmente acabamos abandonando el hostal los tres solos. Tras recorrer algunas de las calles del centro de Tarifa, encontramos un bar de copas con una sucia mesa de billar en su interior. Después de recordar entre risas fingidas el incidente con las inglesas y de saborear el cruel y agrio sinsabor de semejante desplante femenino, continuamos, resignados y en soledad, bebiéndonos las horas de independencia que nos restaban.

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