domingo, 5 de mayo de 2013

Grabado a fuego



Dentro del coche el ambiente era pegajoso. Creo recordar una nube suspendida en el aire. Pero fuera una ráfaga de viento hizo que se nos pasara el pedo y volviéramos a la realidad.

Recuerdo darme cuenta en ese segundo, la razón que tenías. Hubo una vez que se me escapó decir que si viviéramos en el mismo país estaríamos juntos, y tú te reíste. No entendí tu reacción hasta que me bajé, sudado, de la burbuja. Habías visto que algo entre nosotros habría sido peligroso, como cruzar una grieta sobre la cuerda floja; todo va bien hasta que sopla un poco de viento. Tú y yo habríamos sido una carrera sin meta , un relámpago sin trueno, una bofetada injusta. Habrías tenido razón.

Pero también recuerdo pensar que qué gilipollez. No éramos nuestras medias naranjas, pero nos hacíamos gracia, de una forma decadente. Casi no nos conocíamos sobrios, y mucho menos de día, pero cuando estábamos cerca saltaban chispas. El rato que estábamos entre amigos era un trámite, la calma antes de la tormenta.

Qué más da si todo era una actuación. Jugábamos a no aguantarnos, a hacernos insoportable el uno para el otro. Nunca otra chica me ha tirado una copa a la cara, y yo nunca he agarrado del cuello a otra mientras lo hacíamos. Jugábamos a ser lo que el otro quisiera que fuéramos, todo era parte del teatro.

Todo esto se me pasaba por la cabeza, a la vez que se me grababa - en blanco y negro y cámara lenta - en la parte del cerebro donde no se borran las cosas. Yo abría la puerta, sin caer en que se encendería la luz, y tú soltabas un quejido. Mientras apoyaba un pie fuera tú te tapabas los ojos de la luz, y con la otra mano los pechos. Éramos un faro en medio del parking vacío, marcando el epicentro de la noche.

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